jueves, abril 27, 2006

Texto publicado en Milenio Toluca



OFF THE RECORD
Notitas musicales I
Gastón Pedraza

Siempre me ha gustado la música. Desde que tengo uso de razón me han acompañado armonías de diferente índole; a mi padre, por ejemplo, le gustaban Los Alegres de Terán, Las Jilguerillas o las Hermanas Águila y por supuesto José Alfredo Jiménez; mi madre de vez en vez canta; mis hermanos y hermanas se la pasaban escuchando música todo el tiempo: quizá de ahí venga mi afición por la música.
En la actualidad existen todos los tipos de música posible y hay también definiciones sobre la música, como la que dice: “La música es el arte de bien combinar los sonidos” o “La música es una bella arte que provoca diversos sentimientos a través del sonido”, o la que se acerca a lo científico “Música es la teoría o ciencia de los sonidos considerados bajo el aspecto de la melodía, la armonía y el ritmo”. El compositor Gustav Mahler decía que “Lo mejor de la música no se encuentra en sus notas”, y claro, lo mejor se encuentra en lo cada uno de nosotros siente al escuchar el resultado de la unión de las notas musicales. La que hace que el cuero se me ponga de gallina es la de Nietzche “La vida, sin música, sería un error”. Cierto.
La música la podemos encontrar en todas partes, en el taxi, en el camión, en la fonda de la esquina, en el restaurante; y ahora con Internet con mayor facilidad y felicidad se puede conseguir casi cualquier cosa para el disfrute de todos los amantes de la música.
En las próximas tres entregas recomendaré libros que pueden darnos una visión de lo que es la historia de la música hasta nuestros días. Si bien es cierto que existe un vasto número de publicaciones sobre el tema, me daré a la tarea de dar títulos que nos pueden orientar acerca de la apreciación musical de una manera sencilla y al alcance de todos.
Roland Candé en su libro Invitación a la música (Fondo de Cultura Económica, 2003) hace un viaje extraordinario a los orígenes de los instrumentos musicales desde el año 2900 a.c. cuando se inventa el k’in en China, y por las mismas épocas un tal Ling-luen inventa la teoría musical china, una teoría tan perfecta que ha servido hasta nuestros días; también creó la gama china cortando unas cañas de longitudes bien calculadas y soplando en ellas simulando el murmullo del río Amarillo.
Candé nos lleva de la mano para sumergirnos en lo que es la historia de la música en la Edad Media, con todo lo que implican las controversias acerca de los cantos gregorianos, y la invención de coros interpretados por monjes que introdujeron un sistema de signos, nada preciso, para recordar los giros melódicos. Continua con el surgimiento de la ópera y de cómo se crea la manera de “hablar en música”, para seguir con un profundo estudio sobre los instrumentos en la época renacentista, nos habla del laúd, del violín, de la viola, del clavecín y su transformación en piano, hasta llegar a las piezas para cada instrumento.
Las capitales de la música alrededor de 1700 serán Paris, con el reinado de Luis XVI y las obras de Lully como la ópera Armida. En Londres la vitalidad musical correrá a cargo de Henry Purcell y su ópera Dido y Eneas; es de destacar que Londres fue una de las primeras ciudades de Europa en tener un teatro público para la presentación de óperas. En Venecia se montan más de 300 obras a partir de 1700. En Roma, Arcangelo Corelli era el mero mero en la creación de sonatas, su especialidad eran las composiciones para violín. Nápoles es la patria del bel canto; desde la época de Nerón, sus cantantes son famosos. El primer teatro de ópera es el de San Bartolomeo, que ofrece en 1654 una serie de representaciones de la Coronación de Popea de Monteverdi. En Hamburgo, Alemania, funciona una ópera pública desde 1678, donde se presentan óperas alemanas, especialmente de un compositor llamado Reinhard Keiser. Viena, en poco tiempo se convertirá en la ciudad de los valses y así será una de las capitales más brillantes de la música.
Se continua con el compositor y violinista Vivaldi, sus ángeles y sus demonios; Bach y su capacidad para componer obras tan complejas donde podía intercalar corales luteranos, variaciones y fugas, de igual forma se habla sobre su personalidad, que en muy pocos libros se trata; Hyden uno de los compositores más prolíficos de su época, con creaciones de alegría insuperable; Mozart hacía composiciones de tal grandeza que “hasta a Dios le gustan”; Beethoven, el gran solitario, cambia el sentido de la música, pues por primera vez un compositor quiere dirigirse a toda la humanidad, gracias a su sordera no pudo escuchar su Novena sinfonía; Schubert y el amor son casi sinónimos; Berloiz y su ciclónica vida, creando una de las óperas más famosas Romeo y Julieta. Chopin, Wagner, Brahms, Mahler, Bruckner, Debussy, Ravel, Stravinsky, Mendelssohn, todos conviven de manera armónica en las páginas del libro de Candé, y lo mejor de todo, sin problemas de ego, cada quien en su respectivo lugar.
El libro contiene apartados para cada etapa de la música con una selección de términos relativos al desarrollo de la música. Hay un capítulo por demás interesante, es el que habla sobre la grabación. ¿Qué hubiera pasado si no se inventa la grabación?, gracias al fonógrafo ya no era necesario trasladarse al recinto para escuchar a los músicos interpretar las piezas musicales; se da una de las revoluciones musicales con la grabación. Y no crea, estimado lector, que sólo se habla de música clásica, también se llega hasta la escena del jazz y el rock; de manera breve nos relata el surgimiento del rock en manos del guitarrista negro Chuck Berry; y así una serie de sucesos de importancia a lo largo de la historia de la música. También hay una nutrida lista de recomendaciones de discos y piezas que se deben de escuchar.
En la siguiente entrega: Rock y música pop.

martes, abril 18, 2006

Texto publicado en Milenio Toluca


OFF THE RECORD
Muerte a Tarantino, vida a Takashi Miike
Gastón Pedraza

Desde siempre la cultura japonesa se nos ha hecho diferente, alejada, compleja y más aun cuando no estamos acostumbrados a observar sus ritos y costumbres y de repente nos llegan de sopetón películas hechas de una manera que nos conmueven, no solo por la forma de realización sino por los temas que abordan. Son películas de una intimidad y una hechura que sorprende, nada que ver con el cine gringo: rancio y previsible.
El cine japonés ha arrojado directores, que digo directores, creadores de imágenes inolvidables, como es el caso de Yasujiro Ozu y su obra maestra Historias de Tokio (1953); o el realizador que trataba la pasión, el deseo y la melancolía de una manera asombrosa, me refiero a Kenji Mizoguchi y su película Diario de Oharu (1953); y que decir del cine apasionado y desbordante de Nagisa Oshima en películas como La Ceremonia (1971); el humor negro y el drama urbano lo reflejó Shohei Imamura en la película La Mujer Insecto (1963); y las intensas lecturas que hace Akira Kurosawa a su propia cultura en cada una de sus películas como en el caso de Rashomon (1951).
La época dorada del cine japonés, que abarca de la década de los 50 y principios de los 70, tuvo una gran aceptación en todo el mundo y tan es así que ese cine influyó a muchos realizadores europeos, incluso en la manera de abordar los temas y la forma de montar las películas a la hora de la edición. Siempre, el cine japonés se encuentra a la vanguardia de tal manera que las películas de su época dorada siguen gustando y son proyectadas, a manera de retrospectiva en los festivales más importantes del mundo. David Desser en su libro, Eros plus Massacre: An Introduction to the New Japanese Cinema, dice que “...existe un apriorismo a la hora de encarnar el cine japonés desde occidente: entenderlo como sistema cerrado, que desde sus inicios, ha cambiado únicamente debido a innovaciones técnicas, demandas del público y la personalidad individual de los directores”.
Ahora bien las tradiciones japonesas son demasiado fuertes como para que desparezcan después de cientos de años de permanecer al interior de su cultura, con valores estéticos y éticos bien definidos. Es precisamente en el cine donde hay una permanencia constante de estas tradiciones; al contrario del cine americano que va cambiando sus prácticas cinematográficas.
Hubo un bache de realizaciones japonesas en los 80 gracias a que se retiró el apoyo, por parte del gobierno, para la elaboración de cintas con presupuesto oficial. Sin embargo se siguieron haciendo películas en otros formatos abaratando costos. Así es como surgen, a principios de los 90, films con una libertad de expresión extrema como las eróticas (pinku-eiga) y las de porno duro (honban).
Los nuevos realizadores están influenciados por el anime y el manga y lo que quieren reflejar en pantalla es, precisamente, todas esas grandes aventuras hechas por sus colegas dibujantes y llevarlas al extremo con actores de carne y hueso.
La nueva Nueva Ola japonesa está representada por cineastas que mezclan la más pura tradición oriental, de la tranquilidad y la mesura, con la más descomunal de las violencias, es decir, un cine tradicional con fricciones de locura extrema. Hay una serie de directores de gran talento como Takashi Ishii y sus obras cumbre Freeze me y Black Angel (1997); Hideo Nakata y The Ring (1998); el prolífico Takashi Miike y sus demenciales pero atractivas Full Metal Gokudo (1997), Audittion (2000) e Ichi the Killer (2001); o el creador de imágenes perturbadoras y maestro del terror Kiyoshi Kurosawa, con su más que violenta Cure (1997); el maestro de la violencia y la ternura es, sin duda, Takeshi Kitano y sus obras maestras Hana-Bi (1997), El Verano de Kikujiro (1999) y la poética e intimista Dolls (2003).
A decir de Roberto Cueto en el libro, El principio del fin. Tendencias y efectivos del novísimo cine japonés (Piadós Comunicación, 2003) “El cine japonés es hoy tan complejo, contradictorio y rico como lo fue siempre, por mucho que occidente no quisiera reconocerlo y prefiriera catalogarlo de manera apresurada. Hoy confluyen esos diferentes 'modos' de representación con las nuevas tecnologías que abaratan costes y proporcionan nuevas oportunidades a los independientes”. Lo que queda claro es que hay talento, dedicación e idea de lo que están haciendo en oriente con respecto al “nuevo cine japonés”.

lunes, abril 10, 2006

Texto publicado en Milenio Toluca

OFF THE RECORD
De Olvido, sí me acuerdo
Gastón Pedraza


María Olvido Gara Jova nace el 13 de junio de 1963 en México, D. F. El padre, Manuel Gara López, exiliado español republicano, profesional de la joyería. La madre, América Jova Godoy, cubana de fuerte carácter y sobre todo, apasionada de la aventura. Después de por lo menos 15 años de exilio, Manuel Gara, decide regresar a España y lo hace en junio de 1973, llevándose a su familia.
No sería tan importante este hecho si hablara de cualquier otra persona, pero estoy hablando de un mito de la cultura pop española y de la movida de aquellos lugares en la década de los 80, un personaje lleno de historias, resultado de su gran espíritu de aventura inculcado por su madre América o quizá, no tanto, pues le daba unas buenas regañadas cuando se iba al Rastro (tipo Chopo mexicano) en el verano de 1976 a conocer chicos y a comprar discos de David Bowie, ese tipo galáctico rey del glam, y desde luego de Lou Reed. Todos los conocidos de Olvido llevaban un sobrenombre y ella no tenía que ser la excepción; de manera indirecta Lou Reed fue quien le puso Alaska pues en el disco Berlin (RCA,1973), uno de los más oscuros e importantes de la música moderna, se incluye la canción llamada “Caroline says II” donde Reed canta "Todos sus amigos la llaman Alaska...". Caroline, la protagonista de Berlin, era una chica adicta a las drogas; en la canción se incluye una frase que dice "hace tanto frío en Alaska" y con esta frase Caroline decide dar fin a su existencia. De ahí viene el nombre de Alaska, pero hay mucho drama en la canción de Reed, y más que otra cosa lo que quería Olvido era llamarse como uno de los personajes creados por uno de sus ídolos.
Alaska firmaba así algunas traducciones y luego le entró como colaboradora en el fanzine llamado Kaka de Lux, que después se convertiría en el nombre de una de las agrupaciones de punk de importancia en España. Kaka de Lux se integra por Enrique Sierra, Nacho Canut, Carlos Berlanga, el Zurdo y Alaska, eran la encarnación del espíritu punk, ni uno de los integrantes sabía tocar su instrumento y mucho menos cantar, pero esa era la idea; las actuaciones eran pocas con un sonido verdaderamente patético: era la historia de una agrupación que daría inicio a una serie de acontecimientos que cambiaría el rumbo de la música en España.
En la primavera de 1979 Alaska comenzó a rodar la película del manchego Pedro Almodóvar titulada Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, donde Alaska hace un papel de verdadero agasajo y atrevimiento, derrama su orina en la cara de una de las protagonistas; escatología y sadomasoquismo en plena etapa pos-franquista.
Tras Kaka de Lux, surgen Alaska y los Pegamoides cuyos integrantes al inicio eran Berlanga, Canut y Alaska, después se les une Ana Curra, una fan de Kaka de Lux; los hits de su primer disco llamado Horror en el hipermercado (Hispavox, 1980), fueron “El hospital”, “Odio” y el single de promoción que daba título al disco. En 1982 editan Grandes éxitos (Hispavox), donde la canción fuerte era aquella de nombre “Bailando” cuyo estribillo decía "Muevo la pierna, muevo el pie, muevo la tibia y el peroné, muevo la cabeza, muevo el esternón, muevo la cadera siempre que tengo ocasión" era el surgimiento del pop discotequero español.
Claro que había grupos contemporáneos de los Pegamoides como Nacha Pop, Los Secretos, Paraíso, Mamá, Los Rebeldes, Radio Futura, Gabinete Caligari, Aviador Dro, Décima Víctima, La Orquesta Mondragón y Parálisis Permanente entre muchos otros.
Los Pegamoides dejan de existir y en diciembre de 1982 surge Dinarama integrado por Nacho Canut y Carlos Berlanga y a ellos se une la voz de Alaska. Deseo Carnal (Hispavox,1984) está lleno de éxitos inmediatos, “Ni tú ni nadie”, “Cómo pudiste hacerme esto a mí” o “Un hombre de verdad”: himnos de toda una generación. Con Dinarama hacían lo que les gustaba y sin traicionar sus intereses y gustos. El apabullante éxito venía en el disco No es pecado (Hispavox, 1986) y me refiero a “A quién le importa”, canción símbolo del movimiento gay, y no es para menos, ya que la compusieron Canut y Berlanga, gays defensores de este movimiento. Carlos Berlanga deja Dinarama; Canut y Alaska deciden no continuar con el proyecto y forman Fangoria a inicios de los 90. Se quedó atrás la época de la movida española.
Con Fangoria se adentran en el electro pop melódico y desde 1990 llevan varios discos entre los que destacan: Salto mortal (Hispavox,1990), Un día cualquiera en Vulcano 1.0 (DRO, 1992), Interferencias (Subterfuge, 1998), Una temporada en el infierno (Subterfuge 1998), Naturaleza muerta (Subterfuge, 2001) y Arquitectura efímera (GASA, 2004), los mejores discos son sin duda, los tres últimos.
A Fangoria no los puedes dar por agotados y mucho menos por desaparecidos; llegan a nuestro país con la gira de Arquitectura efímera, se presentaron en el Salón 21, en el D.F., el pasado 13 de octubre, y dieron un concierto de intensidad absoluta, de electrónica que afecta al corazón, éxito tras éxito; un directo que sacaba chispas, un directo donde el público era el protagonista y cómplice del artista. La melancolía y la alegría nunca se habían llevado tan bien hasta que Alaska y Nacho se atrevieron a juntarlas. La modernidad les va bien; se hacen acompañar de dos guitarristas y un percusionista de locura. Nacho siempre tan elegante y tan metido en su labor de programador y bajista, nunca, pero nunca, saluda al público, es más: pasa desapercibido, sin embargo está omnipresente creando su electrónica melódica. El atractivo visual corrió a cargo de las Nancy’s, dúo de hombre/mujer/travesti: en plan travesti radical, dan ritmo y vitalidad al concierto. Fangoria se entrega a su público mexicano y regala una presentación de brillantez sentimental.
Gracias, Raúl Gonzáles Romero y Raúl Ortega López por sus comentarios.